El sendero que subía hasta la cima del peñascal atravesaba un frondoso bosque. Solo los allegados conocían el camino cubierto de ortigas que se aproximaba al poderoso arce. Más allá, en medio del zumbido de pequeños insectos, se abría un claro de luz donde se encontraba un pequeño restaurante de excursionistas. Muy sencillo, decente, acogedor. Taburetes y mesas hechas de troncos de madera de arce claro. Gente sumida en la belleza de la naturaleza. Y sobre la diminuta cabaña de madera, una cubierta de láminas onduladas, claras como la miel e iluminadas por el sol. Algunas partes brillan hoy en KÖNIGSWINTER.